¿Nosotros o yo?
La naturaleza básica del ser humano, desde el nacimiento, nos impulsa a estar en sociedad, a pertenecer a una comunidad, a un grupo de personas que nos cuidan, nos enseñan y nos ayudan a comprender cómo funciona el mundo. Ser parte de un grupo y unirnos a otros es, por tanto, una condición natural de nuestra especie. A la vez, dentro de la pertenencia a un grupo, necesitamos sentirnos diferentes a los demás, esto es, saber quiénes somos como individuos, qué papel tenemos en la vida de quien nos importa y no perder de vista que somos libres para tomar decisiones.
Lo anterior implica que hemos de aprender a manejar nuestras necesidades individuales, integrando también las de los demás, lo cual, en términos prácticos, se traduce en la capacidad de cada uno para pedir, dar a otros y saber recibir.
Si sólo priorizamos las necesidades de los demás y negamos o anulamos las propias, podemos llegar a sentir que no existimos, que somos invisibles y no somos importantes. Colocarnos en esta posición nos llevará, tarde o temprano, al debilitamiento como individuos, ya que todos, absolutamente todos, tenemos necesidades que satisfacer. En estos casos suele haber dificultad y vulnerabilidad a la hora recibir algo de los demás, pues sólo nos sentimos cómodos dando.
Veamos lo anterior a través de un ejemplo. Imaginemos que tenemos una barra de pan. Con la mejor intención, empezamos a partir rebanadas y se las vamos dando al otro para saciar su hambre, nos lo pida o no. No somos conscientes de si tenemos hambre, simplemente damos, y eso nos hace sentir bien. No sabemos guardarnos un poco de nuestro pan para nosotros y, a la vez, tenemos dificultades para recibir el pan del otro cuando se acerca a dárnoslo.
Al contrario, cuando sólo priorizamos nuestras necesidades y nos dejamos llevar exclusivamente por el ego, las relaciones con los demás se deterioran y eso también nos debilita como individuos, ya que el apoyo social y el amor son condición indispensable para el buen funcionamiento del cerebro. Una persona que vive su vida desde esta posición, tiene la habilidad de recibir, pero no la de dar ni resultar útil para los demás. La empatía en estos casos está muy poco desarrollada y no se tiene en cuenta lo que le pasa a los demás.
Así, siguiendo con el ejemplo antes expuesto, podemos comernos nosotros solos todas las rebanadas de pan, ignorando el hambre de las personas que nos importan y dejando que cada uno se haga cargo de su necesidad. Esto es fácil en tiempos de riqueza, ¿verdad? Y cuando nuestro pan escasee, ¿qué haremos?...
Teniendo en cuenta lo anterior, ¿qué posición será la más adecuada? El planteamiento que proponemos es que lo ideal sería conseguir el equilibrio o punto medio entre ambos extremos. Nuestra barra de pan no siempre nos sacia de la misma manera, ni es igual de grande en función del momento de la vida en que nos encontremos. Lo mismo sucede con la barra de los demás. Por ello, hemos de aprender a elegir qué rebanadas nos quedamos, cuáles damos y cuáles recibimos, para que nuestra calidad de vida sea mejor.
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