Carta de un psicólogo infanto-juvenil a sus Majestades, los Reyes Magos de Oriente.
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Estimados Melchor, Gaspar y Baltasar:
¿Cómo estáis? Espero que, en estas fechas tan bonitas pero ajetreadas, podáis encontrar pequeños momentos para seguir disfrutando de esos churros con chocolate que tanto os gustan. No tiene que ser nada fácil mantener el reinado en funcionamiento, preparar la Navidad y atender todas las cartas de vuestros súbditos (¡los grandes y los pequeños!).
Este año os quería hacer una carta diferente. He tenido la suerte de poder seguir trabajando de lo mío, con mi gente y mis compañeros. Poco más puedo pedir. Sin embargo, me gustaría aprovechar esta carta para pedir por algunas de las familias con las que he compartido tantas horas de sesión, tantas emociones y momentos importantes. ¿Creéis que sería esto posible?
La primera familia que me viene en mente es la familia de Marina*. Durante este curso, tanto ella como sus padres han hecho un grandísimo trabajo para reducir sus rabietas y sus conductas impulsivas. Sé de buena mano todo lo que han sudado en el proceso, pero lo están haciendo genial.
Pensando en ellos, he visto un juego súper chulo, en el que se trabaja el control de los impulsos, la paciencia y el seguimiento de turnos, todos ellos elementos fundamentales en casos como el de Marina. Mi juego deseado sería el Jenga, un juego divertido y sencillo, con el que también podrán pasar un buen rato. Sé que no siempre ha sido posible este curso, con todos los deberes, las actividades extraescolares… ¡Madre mía! Qué bien lo ha hecho esta familia, con lo difícil que ha sido.
Y es que, a veces, el mejor regalo no es que desaparezcan las rabietas (sus papás saben que son sólo una herramienta que hay que “pulir”), sino tener espacios seguros donde aprender a manejarlas juntos.
No puedo dejarme fuera de la carta a los papás de Álvaro. Con solo 10 años, está entrando en 4.º de Primaria como un verdadero campeón. Para sorpresa de sus papás y profes (o no tanto, viendo cómo ha sido siempre), es un chico súper responsable. Hace sus deberes, ayuda en casa… vamos, todo lo que su hermana Claudia no quiere hacer con 14 (¡Qué adolescente está!). Sin embargo, esta responsabilidad, tan genial para los mayores, le está haciendo sufrir un poco más con los amigos. Tiene un sentido del deber y de la norma tan fuerte que, cuando las cosas no salen como él espera, se frustra, sufre y termina alejándose de los amigos, que también le miran algo raro…
Es por eso por lo que, viendo el catálogo, no he podido evitar fijarme en un juego muy divertido: La polilla tramposa. Es un juego de cartas caótico, en el que el objetivo es deshacerse de todas tus cartas antes que los demás… ¡Haciendo trampas! Esto es genial, porque aprenderá que no todo es siempre “blanco o negro”, sino que existen grises llenos de diversión. Podrá jugar con su familia (sí, con Claudia también) e invitar a sus amigos para probarlo.
Lo que él no sabe aún es que jugar también es aprender a equivocarse, a reírse del error y a compartir normas flexibles.
¡Ay! Y qué os voy a contar de Gonzalo y sus papás. No está siendo una adolescencia nada fácil. Desde que está saliendo con los amigos, ya no hay manera de acercarse a sus padres. Y no será porque no lo intentan. María, su mamá, ya no sabe qué más hacer: pregunta por su día, por los estudios, intenta interesarse por los amigos… pero, cuando él no da muchos detalles, ella acaba perdiéndose. José, su papá, tiene la suerte de compartir el deporte con él, pero no os penséis que eso les da para mucho más.
Viendo que la única forma de enganchar con Gonzalo es a través de los videojuegos, y sabiendo que esto les pilla un poco “lejos” a los papás, he pensado que Overcooked podría serles de ayuda. Este juego es bueno para cooperar y comunicarse. También es accesible para aquellos cuya “quinta” pertenece al milenio anterior (cachis, cómo pasa el tiempo). Además, puede generar muchas risas… aunque también cierta tensión, si no se cuida la forma en que se habla.
Aunque no lo sepan los papás, a veces, para volver a hablar no hace falta empezar por las preguntas, sino por hacer algo juntos y permitir espacios donde compartir, si él quiere, un poco más de información.
¡Ah! Y una última cosa.
Tanto si encontráis el regalo y podéis hacerlo llegar a las familias como si esto último no es posible, sí que os quiero pedir algo. Esto lo hago con mucha fuerza, porque es lo que más veo en consulta y sé que les vendrá genial a todos: recordadles que la Navidad es un tiempo de familia y disfrute. No es un tiempo perfecto. Puede que las prisas, el trajín de casas e invitados o los mil y un platos que tienen que desfilar por la mesa lleguen a opacar el verdadero sentido navideño: tiempo juntos. Disfrute sin pauta. Espacios donde poder “ser”.
Os deseo mucha suerte y ¡Que vosotros también podáis disfrutar de estas fechas tan mágicas!
*Los nombres y las historias que aparecen en este texto son ficticios. Cualquier parecido con personas reales es casual. Las situaciones descritas, sin embargo, reflejan realidades frecuentes en la práctica clínica con familias, infancia y adolescencia






































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