top of page

¿Te has parado a pensar en cómo te hablas a ti mismo?


La manera en la que nos tratamos a nosotros mismos, el cómo nos hablamos, puede llegar a ser una gran fuente de malestar emocional y convertirse en una auténtica barrera en nuestro día a día.

Dediquemos este espacio para observar las palabras que nos dedicamos y sus efectos: ¿soy muy duro conmigo mismo?, ¿me permito fallar?, ¿cuál es el nivel de exigencia que me impongo?, ¿cómo reacciono cuando me equivoco?, ¿qué palabras suelo decirme?...

Imaginemos un niño que está aprendiendo a caminar, lo intenta con todas sus fuerzas, se tropieza, se cae…te invito a que pienses en qué le dirías. Se trata de reflexionar sobre el tono, las palabras que usarías, tu expresión facial…así como las emociones y pensamientos que despierta en ti.

Probablemente sean mensajes de ánimo, un “lo estás haciendo muy bien, no pasa nada, vuelve a intentarlo”. Incluso gestos que motiven a ese niño (mover las manos hacia nosotros con una sonrisa) y que le den seguridad (como si le dijéramos “vamos, hazlo una vez más, yo estoy aquí para ayudarte si te caes, no te preocupes”).

Ahora me gustaría que pensaras en un adulto, uno cuyo proyecto no sale bien. Una persona andando por la calle que se tropieza, que se equivoca al hablar o que se bloquea en una exposición. ¿Qué le dirías?... ¿y si esa persona fueras tú? ¿Qué palabras te estarías diciendo? Seguramente de estas dos opciones, aquella en la que serías más duro y exigente sería en la última, es decir, contigo mismo: “qué torpe soy”, “soy estúpid@”, “seré tont@”, “soy un fracaso”; o, “madre mía, me están mirando todos y me he bloqueado, soy lo peor”; “no puedo”; “soy incapaz”…

A continuación, vamos a desmenuzar los efectos que nuestro diálogo interno negativo puede tener sobre nosotros. Para ello, comenzaremos explicando el poder referencial que tiene el lenguaje y lo haremos con dos ejemplos cotidianos. Si digo “cepillo de dientes”, automáticamente nos viene la imagen de un cepillo de dientes. Del mismo modo, si yo digo “limón”, nos viene la imagen de un limón.

Nuestro cerebro, a través de nuestra experiencia, va generando asociaciones de manera que, ante una palabra, nos viene a la mente la imagen con la que hemos aprendido que está relacionada. Asimismo, cuando la pronunciamos, nuestro cerebro activa las emociones y pensamientos conectados a ella, por ejemplo, ¿qué se despierta en ti ante la palabra “playa”? ¿Y ante la palabra “basura” o “podrido”?...simplemente observa tu reacción natural.

Por último, te invito a hacer el siguiente experimento: di en voz alta “no puedo” un par de veces. A continuación haz lo mismo pero esta vez diciendo “puedo”. ¿Qué ocurre en tu interior cuando lo haces? ¿Notas alguna diferencia? Repítelas unas cuantas veces. Seguramente aparecerán emociones o sensaciones diferentes, al principio puede que sean sutiles y según las digas más veces, se irán intensificando.

Pues bien, esto es lo que ocurre en nuestro día a día y, en muchas ocasiones, de forma tan automática, que pasa desapercibido hasta que no nos paramos a pensar en ello. No sólo es el hecho de cómo nos tratamos cuando cometemos un error y las emociones que nos generamos, sino que, al igual que en el ejemplo anterior, según lo vamos repitiendo, sin darnos cuenta lo estamos generalizando. Casi sin darnos cuenta nos lo vamos creyendo cada vez más y acabamos incorporándolo a nuestra identidad (“yo soy X”). El efecto de todo esto es que nosotros mismos terminamos limitándonos, nos “boicoteamos” inconscientemente.

De manera muy frecuente aparecerá esa voz recordándome que “no soy lo suficientemente bueno”, ese “qué idiota soy, me he equivocado otra vez, no sé para qué lo intento”. Pensemos, por un momento, en todo aquello que nos estamos perdiendo, las cosas que no hacemos porque damos por hecho que hagamos lo que hagamos no va a ir bien y, además, en cómo estos mensajes afectan a nuestra autoestima, a la manera en la que nos vemos y nos definimos como personas.

Por tanto, ¿qué tal si intentemos modificar la manera en la que nos hablamos? Cambiemos ese diálogo interno negativo hacia otro más positivo y afectivo. Sabemos que es difícil y que requiere de entrenamiento, pero merece la pena pues son muchos los beneficios que podemos obtener de ello:

  • Mejorar muestra autoestima.

  • Potenciar nuestras habilidades de reflexión: ante una situación adversa, respirar, aprender y descubrir cuál es el paso siguiente a dar para poder solucionarla.

  • Mejorar nuestro rendimiento.

  • Conectar con nuestras emociones y ayudarnos a gestionarlas.

  • Ser más amables con nosotros mismos, lo cual nos ayuda a motivarnos, darnos energía y seguir adelante.

¿Te resultan familiares frases como: “tendría que haber hecho…”, “madre mía cómo no supe verlo, que tont@ soy”, “cómo no me di cuenta”? Si la respuesta es sí, decirte que es absolutamente normal. Es muy frecuente que, a posteriori, cuando tomamos perspectiva de la situación en la que nos hemos equivocado, veamos todas las posibles soluciones a lo que nos pasó, y no sólo eso, sino que incluso nos llega a parecer algo muy sencillo, algo súper claro, de manera que nos cueste entender porqué hicimos lo que hicimos en ese momento.

Pero la realidad es que, si reaccioné así es porque en ese momento no tenía a mi disposición toda esa cantidad de información de la que dispongo ahora y no supe ni pude hacerlo de otro modo.

Pongamos un ejemplo: Juan tenía un examen que llevaba mucho tiempo preparando y que era muy importante para él. Finalmente, le salió mal y ahora no para de repetirse: “soy un idiota…madre mía qué mal lo hice… qué estúpido, tendría que haber repasado más…”.

Y… ¿a dónde le lleva esto? A sentirse cada vez peor consigo mismo, a aumentar el malestar que ya siente y a darse motivos para estar cada vez más enfadado…pero en el fondo, la verdad es que Juan hizo así el examen porque en ese momento no tenía ni la información ni las mismas herramientas que tras salir del mismo. Lo hizo de la mejor manera que pudo y supo.

Ahora cambiemos el discurso, se trata intentar ser más amable con uno mismo, si Juan se dice: “no lo supe hacer de otra manera y ahora ya puedo…voy a aprender de esto y la próxima vez me irá mejor”, seguramente se sienta mejor, le resulte mucho más útil y le ayude/motive para la próxima vez.

Por lo tanto, tenemos dos opciones: adentrarnos en el bucle de machacarnos cuando algo nos sale mal, sentirnos cada vez peor y no salir de ahí, o decirnos a nosotros mismos: “puedo hacerlo mejor la próxima vez”, “aprendo de esta situación para no repetir aquello que no quiero volver a hacer” “lo hice de la mejor manera que pude o supe en ese momento” ”me he equivocado y no pasa nada, puedo intentarlo otra vez”. ¡Tú eliges!

Tratémonos con más cariño, igual que hacíamos con ese niño que aprende a caminar. Cuando hables contigo mismo, cuando te equivoques, te invito a reflexionar sobre si ese mensaje te ayuda a seguir, a pensar en cómo solucionar la situación o si, en cambio, te hace sentir mal y te bloquea. Dicho de otra manera, intenta preguntarte: “¿este pensamiento que tengo me es útil o inútil en este momento?”

Puedes entrenarlo. Cada vez que escuches el discurso interno que estás teniendo contigo, hazte las siguientes preguntas: “esto que me estoy diciendo ¿cómo se lo diría a un niño? ¿Y a otra persona?”, y vuelve a llevar esa mirada hacia ti mismo. Se trata de practicar el aprender de los errores en lugar de castigarte por ellos.

En definitiva, se trata de decirnos todos los días: “me quiero tal y como soy”, “soy suficiente y valioso, aunque a veces falle”. Todos tenemos un niño interior ¡CUIDÉMOSLO!

Entradas destacadas
¡Síguenos en las redes!
  • tueligestuvidamadrid
  • tueligestuvidamadrid
  • tueligestuvidavanessaabrines
Entradas recientes

¡Únete a nuestra newsletter!

No te pierdas ninguna actualización

¿Tienes alguna duda o te gustaría saber más sobre lo que podemos hacer por ti?

TU ELIGES TU VIDA l TERAPIA PSICOLÓGICA EN MADRID
bottom of page