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¿Estás segur@ de que quieres ser “el buen@”?


“Que buena es”. “Es una Santa, siempre cede frente a sus hermanos…”. “Siempre está pensando en los demás”. Carolina recibía estos comentarios desde pequeñita. Era una niña obediente, estudiosa, educada…lo cual le condujo a tener una “buena” etiqueta frente a los demás… Al fin y al cabo, es mucho más positivo que te digan que eres la buena, a que te digan que eres la mala, la insoportable o la tonta ¿o tal vez no?.

Fue creciendo y era feliz. “Ese era el camino que yo creía que, sin darme cuenta, me conectaba con los demás. Me esforzaba cada día en ello y pronto aprendí lo que tenía que hacer. Tenía un método. Y parecía funcionar. Un día, alguien puso en Facebook que había sacado un 10. Recibí un montón de comentarios que me alababan; ¡Enhorabuena!, ¡Si es que todo lo haces bien! ¡No esperaba menos de ti! Y de repente me sentí triste. Inexplicablemente triste. ¿Por qué no estaba contenta si tanta gente me decía cosas buenas?”.

“Entonces me invadió una extraña sensación, ¿qué pasaría si un día dejaba de esforzarme tanto y empeoraban mis resultados? ¿Qué pasaría si un día decía que no?”.

La respuesta que Carolina creía que debía dar ante las circunstancias era consistente con la etiqueta a la que estaba acostumbrada (por ejemplo, evitaba dar su opinión si existía un conflicto, cedía ante las preferencias de otras personas, ofrecía su ayuda en todas las situaciones posibles, prestaba sus cosas, se ocupaba de las tareas, no decía nunca que no…). Las etiquetas suelen tener un funcionamiento muy circular: hago esto porque soy buena, y soy buena porque hago esto…convirtiéndose en un hábito automático del que ni siquiera somos conscientes.

El problema es que, aunque la etiqueta sea aparentemente buena, deja de serlo cuando Carolina no se plantea cómo quiere elegir su vida, cómo quiere tomar sus decisiones, a quién desea ayudar y de qué manera, sino que lo hace conforme a lo que se espera de ella. En el momento en que actuamos condicionados por etiquetas sin ser conscientes de ellas, nos alejamos de nuestro corazón.

Con esto, no queremos decir que sólo hemos de pensar en nosotros mismos e ignorar lo que los otros necesitan, sino que han de ser decisiones desde nuestra voluntad y desde nuestro corazón, y no respuestas automáticas para no fallarle a otros. Ayudar de forma consciente supone hacerlo desde la libertad de poder decir que no y, aún así, elegir decir que sí en las circunstancias que consideremos. De este modo, aunque parezca que las etiquetas “buenas” son mejores que las “malas”, ambas suponen una esclavitud. Si sentimos que somos malos y esperan que seamos agresivos nos sentimos atrapados por ese prejuicio. Y al revés, si sentimos que esperan que “seamos buenos”, supone un encasillamiento similar.

Podemos pararnos un momento y reflexionar sobre ello:

¿Cuáles son tus etiquetas?

  • Las etiquetas son expectativas, y como tales van a seguir existiendo. Lo importante es:

  • Tomar consciencia de qué etiquetas tengo.

  • Analizar cuáles de mis comportamientos realizo basándome en ellas (lo que creo que se espera de mi).

  • Preguntarme si ese comportamiento lo estoy eligiendo yo y quiero mantenerlo.

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