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¿Cuál es el mejor consejo que puedo dar?


Supongo que todos nos hemos hecho a veces esa pregunta. Cuando vemos sufriendo alguien a quien no queremos ver sufrir, buscamos la forma en la que podemos contribuir a que se sienta mejor. La mente está entrenada en solucionar problemas utilizando la razón, analizando caminos lógicos para tratar de resolverlos; y esto suele ser, en primer lugar, lo que intentamos hacer. Buscar soluciones eficaces y rápidas para que el otro supere la situación. Veamos un ejemplo.

Julieta llega a casa después de trabajar. Parece disgustada. Cuando nos saludamos, le pregunto qué le pasa y me lo cuenta:“Hoy he tenido un día horrible. Llevo 2 meses negociando con un cliente para cerrar una operación; me he esforzado mucho para llegar hasta aquí, pero ya casi lo tenía. Ayer le pedí a una compañera que le explicase un tema que yo dominaba menos, para que el cliente tuviese la mejor información. Hoy hemos cerrado el trato y mi compañera le ha dicho a mi jefe que esa negociación la hemos conseguido entre las dos y que, por tanto, la comisión hay que compartirla a partes iguales… ¿Te parece normal? Es muy injusto y estoy muy enfadada”.

Cuando siento el malestar de Julieta, noto un impulso dentro de mi que me dice que le dé un consejo rápido sobre lo que tiene que hacer. “¿En serio?. No me lo puedo creer. Habrás ido a hablar con tu jefe, no?¿no permitirás que te tomen el pelo así, verdad?”.Julieta me mira; parece más enfadada todavía. Y me responde:“¿Qué te crees? ¿Que lo que me estás diciendo no lo sé ya? ¿Queno tengo claro que debo hablar con mi jefe? Siempre lo sabes todo, ¿verdad?”.Y yo me pregunto:“¿Qué he hecho mal? ¿Acaso no le he dicho algo lógico para acabar con el problema? ¿Por qué se ha enfadado ahora conmigo?”.

Cuando Julieta comparte conmigo esa información, no me ha pedido que le dé una solución. Simplemente ha querido contármelo. Y es que, probablemente, la necesidad de Julieta no era racional, sino emocional. Es decir, abrirme su corazón para encontrar un refugio donde desahogarse por lo que le estaba sucediendo. Como su necesidad era emocional, y yo he respondido desde la racional, ella no ha encontrado el consuelo que estaba buscando.

Esto sucede muchas veces. Respondemos con la razón, y no funciona. Veamos algunas formas que van por la vía racional y no favorecen el que el otro se sienta acogido:

  • Interrumpir: cuando queremos compartir algo, nos reconforta que nos dejen acabar, ya que el objetivo es trasmitir algo que nos está pasando. Ser interrumpidos frecuentemente hace incluso que podamos perder la atención y la necesidad de conectar con el otro.

  • Síndrome del experto: ante los acontecimientos que nos suceden en la vida, todos tenemos un punto de vista. Y solemos creer que nuestra forma de verlo es la adecuada. Por eso, cuando vemos a alguien cercano sufrir, le decimos lo que tiene que hacer (como si yofuese más experto). Eso puede hacer que la persona se sienta en cierto modo invadida, ya que no ha pedido nuestra opinión.

  • Contar nuestra historia: otro de los impulsos que nos suelen suceder ante el sufrimiento de otra persona, es contarle nuestra propia historia. De este modo, nos hacemos nosotros protagonistas y dejamos al otro en segundo plano, cuando el que requiere apoyo es él/ella.

¿Qué hacemos entonces? ¿Cuál es la mejor forma de responder?

En comunicación, lo primero y más importante es saber cuál es mi meta. ¿Cuál es mi objetivo cuando una persona a la que quiero está sufriendo? El objetivo no puede ser resolver su sufrimiento,porque no es algo directamente controlable por mi. Si me pido quitarle el sufrimiento, le voy a intentar dar mil fórmulas y puede sentirse poco comprendido. Quizá, el mejor objetivo sea apoyar, acompañar. Es decir, generar un espacio entre los dos, donde la persona a la que tanto quiero, tenga un escenario que le facilite expresar lo que siente, a la vez que obtiene apoyo y refugio ante una situación difícil para ella.

¿Y cómo se hace eso de acompañar o apoyar?

  • Escucha hasta el final sin interrumpir, y mira al otro a los ojos. Deja tu teléfono y dedícale atención; es lo más importante para dar apoyo. Mucho más que los consejos. Recordemos que cuando hay malestar, lo que buscamos es conexión emocional, no racional.

  • Valida sus emociones: esto es, reconozcamos lo que está sintiendo el otro y ayudémosle a no entrar en conflicto con su interior. Validar tiene que ver con hacer válidas sus emociones. Todas lo son. Podemos preguntarle “¿qúe es lo que sientes?”Y ante la emoción que nos diga, responder validando “Eso es lo que tú sientes, y está bien así. No tienes que cambiar lo que sientes, sino permitírtelo. Y luego decidir qué vas a hacer”.

  • Resume lo que va diciendo para ver si lo hemos entendido bien. Así le haremos ver que es importante para nosotros y que le estamos prestando atención.

  • Establece contacto físico: si no es incómodo para la otra persona, cógele la mano mientras habla o pónsela enel hombro, por ejemplo. Esto ayuda a que se sienta apoyada y querida.

  • Abrázale: los abrazos tienen un gran poder, y nuestra cultura no suele contemplarlos como una forma de ayuda. Lo son, y mucho. Existen muchas teorías que demuestran que el contacto físico en situaciones de estrés y malestar favorece la autorregulación. Estamos preparados para vivir en comunidad y apoyarnos mutuamente. Y nuestro cerebro reacciona a ello.

  • Dale tu opinión sólo si te lo pide: escuchar al otro le ayuda a poder tomar decisiones y, si elige preguntarte, estará mucho más dispuesto a recibir lo que tengas que decirle que si le das tu opinión sin que te la pida.

Puedes ver un ejemplo de apoyo emocional ante un momento de estrés en este vídeo.

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